Este fragmento nos invita a reflexionar sobre la didáctica del
aprendizaje de la lectura y la escritura en la actualidad.
Extraído del libro “Enseñando a leer en
Internet: pantalla y papel en las aulas”
(pp. 24 a 26) Flora Perelman,
coordinadora.
¿Alfabetización digital o alfabetización única?
Pensar que existe una “alfabetización digital” nos introduce en una
concepción que diferencia las prácticas de lectura y escritura en papel de
aquellas que se realizan en pantalla. Al mismo tiempo, legitima didácticas
escindidas: se enseña de distinta manera en uno y otro soporte.
Cuando debatimos si se trata de una alfabetización digital (a veces
llamada informacional, tecnológica, etc.) o de una alfabetización “a secas”, la que corresponde a nuestro
espacio y a nuestro tiempo (Ferreiro, 2007), estamos intentando dilucidar un
problema que va a tener consecuencias importantes en las prácticas de enseñanza
y en la evaluación de los alumnos.
Por un lado, se trata de discernir si la alfabetización difiere con el
cambio de portador. Si cuando se usa el soporte digital, el concepto de
alfabetización se modifica o seguimos sosteniendo que se trata de formar
lectores y escritores críticos y competentes, capaces de ejercer las prácticas
del lenguaje para argumentar, interactuar con el mundo, informarse, adquirir
conocimientos, descubrir otros mundos posibles, defender sus derechos, asumir
una posición crítica sobre los medios.
Por otro lado, es necesario desentrañar si es posible pensar que la
alfabetización en papel involucra para el alumno construcción de significados
en función de propósitos específicos, mientras que la alfabetización digital
solo consiste en la adquisición de una técnica general obtenida de una vez y
para siempre. Si la primera se logra por participar en situaciones sociales
donde se lee y se escribe, donde hay informantes o interpretantes que
posibilitan y propician el contacto con el mundo letrado, y la segunda supone
la enseñanza de una secuencia de pasos para, por ejemplo, obtener información
en la Web. Si existe una continuidad e imbricación entre los trayectos lectores
que los alumnos realizan en el mundo de papel y los que ejercen en el entorno
digital, o si pensamos que los sujetos se alfabetizan en el papel y después se
alfabetizan para usar la tecnología…
Esta división de aguas es la que encontramos con altísima frecuencia en
los estudios actuales.
Desde nuestra perspectiva, la alfabetización es única e indisociable
del contexto histórico y material en el que se produce. Hay una historia cultural
de prácticas de lectura y escritura que incorpora unas tecnologías que varían a
lo largo de los tiempos y de los espacios.
No hay prácticas de lectura y escritura en abstracto. No es lo mismo
alfabetizarse en un país rico que en uno pobre, no es la misma alfabetización
la de nuestros abuelos que la de nuestros hijos. Pero en todos los casos, la
alfabetización supone un proceso de construcción social e individual de
conocimientos y está indisociablemente ligada a las prácticas letradas en las
que los sujetos participan. En todos los casos, la lectura y la escritura se
aprenden por participar en un mundo donde se lee y se escribe. Alfabetizar
siempre supone posibilitar que todos los sujetos ingresen en las prácticas
sociales atravesadas por la historia cultural, considerando a su vez sus
historias sociocognitivas y lingüísticas que les dan identidad.
Si pensamos, entonces, en una alfabetización única, se fortalece la
necesidad de propiciar la continuidad y diversidad de las prácticas de lectura y escritura en la escuela en ambos
soportes; se evita la disociación entre la consulta a las bibliotecas y la
consulta a Internet o a un texto digitalizado; se consolida el intercambio con
textos de diversos géneros y con distintos propósitos en textos de papel y
digitales, reconociendo sus semejanzas y diferencias, enfrentando los desafíos
que suscitan esas prácticas, siempre al servicio de la formación del ciudadano.
Ambos soportes constituyen oportunidades para aproximarse y comprender
el entorno y la cultura letrada, para adquirir instrumentos de poder que
propicien un mayor dominio-apropiación del mundo y de sí mismo.
La escuela se convierte, entonces, en el lugar privilegiado donde se
amplía el universo de los discursos y de las prácticas, donde conviven el
soporte de papel y el digital, la escritura manuscrita, impresa y electrónica,
donde se despliegan los diversos modos de leer y escribir, se multiplican los
continuos encuentros con materiales diversos y se intensifica la relación entre
diferentes generaciones.